miércoles, 5 de octubre de 2016

El Factor Figueroa: Infelicidad millennial

Me escribe una lectora desde Londres, para contarme que fue al pediatra y se encontró a Salma Hayek en la salita de espera.

Y cuando digo que se encontró a Salma, quiero decir que eran Salma, su marido Francois-Henri Pinault, la niña Valentina Paloma y una rubia espectacular que ‘slp’ –según las pesquisas- es la niñera. Todos los anteriores entraron con cara de mortificación a ver al doctor (paediatrician, le dicen en el Reino Unido).

Mi informante se quedó impactada porque la Hayek iba súper fachosa pero trepada en unos espléndidos tacones ‘del 15’ y porque no podía creer que madame y Monsieur Pinault atendieran a su criatura como cualquier mortal. Mientras que el esposo de la lectora ya no duerme, porque él y Salma “cruzaron miradas”.

El relato es precioso, aunque no me sorprende porque siempre he sabido que la actriz es una madre dedicada. Y Valentina, la pequeña heredera del emporio textil, está en esa bonita edad en la que las niñas aman a su mami. Luego crecen.

Después de leer mis correos, abro una revista donde Frida Sofía, la hija de Alejandra Guzmán, se queja amargamente de que tuvo todo de niña, menos la presencia de sus padres: lo mismo que le pasó alguna vez a la Guzmán con su madre Silvia Pinal.

Los dos casos anteriores se los cuento para irlos metiendo en el tema ‘padres e hijos’ antes de preguntarles: ¿les pasa igual que a mí? ¿No están en shock?

Estoy que no duermo y tengo pesadillas desde que leí el caso del cineasta León Serment y su esposa Adriana Rosique, asesinados por su propio hijo –según la Procuraduría capitalina-.

Es obvio que todos los padres nos equivocamos, unos más que otros, pero qué tiene que pasar para que un chavo decida cortar de tajo con sus padres, de una manera tan cruel. No estoy diciendo que haya mejores maneras de matar a los padres -¡absolutamente no!- pero, ustedes me entienden pues. Si ya estás decidido, que sufran lo menos (no sé, con el veneno de toda la vida o algo).

Por las horas que jugaron contigo, por los besos que te dieron, por las veces que sufrieron contigo en el pedriatra, porque eran tus padres, porque no puedes caer tan bajo y ¡porque sí! (claro, hasta que alguien compruebe que los muertos eran unos monstruos o algo, pero se sabe que no).

El caso me llegó al corazón, primero porque mi persona favorita lo conocía y entonces yo me sentí cercana a la noticia desde el primer minuto. Y luego, porque tengo un hijo de la misma edad del asesino -22 años- y me preocupa esa etapa de los chavos en la que por cualquier cosa odian la vida y alucinan, básicamente, a su madre. Desde luego, espero que todos estemos muy lejos de vivir casos tan aterradores, pero me preocupa mucho la infelicidad ‘millennial’.

Yo recuerdo que alguna vez, o varias, me quise escapar de casa; supongo que más por alebrestada, loca y aventurera, que porque realmente fuera insoportable vivir con mis padres. Pero tanto como odiarlos, odiarlos, no. Ahora sé que tuve una familia muy divertida y me hubiera encantado saberlo de siempre.

Pero somos unos cabroncitos, y no valoramos las cosas en el momento justo. Pasa con los padres, los hijos, los amores, la salud, el trabajo, los amigos, la suerte, la vida.

Debo confesar que no sé qué me sucede, ni por qué ando tan ‘iluminada’ últimamente. ¿Yo era una maldita no? Por favor no se rían, es en serio.

Estoy a punto de exorcizarme: “bondad extraña ¡te ordeno que abandones éste cuerpo flaco ahora!” (es que antes era gordo).



from RevistaMoi http://ift.tt/2dEfaK5
via IFTTT Compartido de: www.revistamoi.com

No hay comentarios.:

Publicar un comentario