No sé ustedes, pero yo estoy encantada con la historia viral de la mujer que le escribió una carta a la novia de su ex para darle las gracias por cuidar de su hija cuando ella no está. ¿Lo vieron? La mujer -inteligente y buena- se llama Audrey y la niña Riley.
Sí, llámenme sensible, o loca si quieren, pero me parece una idea fantástica.
La verdad ya hasta quiero escribirle a Audrey y ser su amiga por siempre, pero he decidido tener cada día menos amistades para no complicarme la vida, así que no la buscaré (jajaja). Es lo que dicen los expertos en conducta humana, que cuando vas entrando a la edad avanzada –como la mía- vas achicando y cerrando tus círculos.
Oigan, a lo mejor ustedes han tenido vidas afortunadas y perfectas sin pasar por ese proceso de que tus hijos convivan con la nueva pareja de tu ex o que tú seas la que cuides de los hijos ajenos. Pero a mí, que me ha pasado de todo, ya me tocó y debo confesar que no salí bien librada. Primero porque tenía poca experiencia en la vida y luego porque a los 21 años no tenía buena inteligencia emocional para cuidar a un niño de 11, hijo de mi marido (ahora ex. Pongan atención para que no se enreden con tanto personaje) y su primera esposa.
Creo que empecé a ser súper inteligente de 5 años para acá. Es en serio. Yo, sinceramente, lo que quería era empezar a vivir, trabajar mucho, viajar, ser feliz con mi pareja y no ser la nana de un chamaco que no era mío, que no sabía cómo cuidar y que me parecía complicadísimo. Además de que yo quería tener hijos propios no prestados. Ay, la juventud: cuántas cosas ignoras.
Perdón, pero vengo de una familia con muchos hermanos y yo era casi la más pequeña y como desde chica he tenido instintos malévolos, en lugar de cuidar a la menor, la traía en jaque a la pobre. O sea, nunca aprendí a cuidar de nadie ni sabía de psicología ni de divorcios ni de traumas infantiles ni nada. No es justificación, solo es plática.
Cuando alguien me pregunta si me arrepiento de algo, nunca lo digo, pero me arrepiento muchísimo de no haber sido una buena madrastra. Digo, tampoco fui una bruja -¡ojalá que no!- pero pude haber hecho más. Eso seguro. Y entonces ahora, cuando mi hijo convive con sus propias madrastras siempre pido “por favor Diosito, cuida a Alex y luego te pago el bien que no hice. ¡Pero no te las cobres ahorita, prometo emparejarme!”.
Lo que ya juré desde ahorita para estar a mano con la vida (y con mi conciencia, para que les digo que no, si sí), es que seré la mejor abuela del mundo cuando llegue la hora y que voy a querer a esos nietos más que nadie.
Mientras eso sucede y como soy una acelerada terrible, me acabo de poner manos a la obra porque quiero escribir varias cartas.
Unas de gracias, otras de disculpas, otras de amor ¡ya me emocioné! La primera será para mi hijastro, que ya es grande y tiene sus propios hijastros, pero yo opino que nunca es tarde. Otra será para esa mujer, aunque suene a la canción de Pandora “otra llena mi lugaaaar, otra ocupa mi lugaaaar”, o sea, la nueva pareja de mi ex, para agradecerle que haya sido buena con mi hijo casi siempre. Y luego, ya encarrilada y con la facilidad de palabra a flor de piel, redactaré una misiva para la mujer que cuida de mi novio cuando no estoy. Es que estoy convencida, como la buena Audrey, que mientras más amor tengas es mejor y todos felices. Y el amor siempre se agradece llegue de donde llegue. ¡Seré una Audrey!
¿Ustedes tienen cartas pendientes?
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