Sé que debería dedicar esta columna a quejarme de la vida o del gasolinazo como todo el mundo, o de las dos cosas juntas ‘vida y gasolinazo’ en combo. Pero, la verdad, no tengo ganas.
Mejor quiero platicarles una historia de amor que es preciosa: ¡todas mis amigas se quieren casar con Diego Luna! Así, directamente.
Es que dicen que acaban de descubrir que es el mejor de todos, que es chingón, exitoso, chambeador, divertido, ‘cool’, buen papá y guapísimo. Ahora que es el mexicano más famoso en el mundo por su personaje de “Captain Cassian Andor” –y que es un apetitoso divorciado-, traen listo el vestido de novia en la cajuela por si se lo encuentran algún día. Ah, es que cometí la imprudencia de contarles que siempre lo veo deambulando por la Condesa.
A mí me encanta Diego y confieso que últimamente soy su mega admiradora por todas las cosas que hace (llámenle producir, dirigir, actuar, apoyar cortos). Es más, el otro día me enfrasque en una bonita pelea con mi novio porque dije que Luna me parecía un tipazo pero que no era guapo. Él -mi galán- insistía “que sí, que sí y que sí” era muy guapo (mi amorcito no es gay, pero tiene muy buen gusto) y de ahí no salimos. Fue una de esas peleas inútiles entre enamorados.
Pues ¿qué creen? ¡me equivoqué! Y hoy quiero dejar por escrito -4 de enero- que sí, que Diego es un bombón.
Fui al cine para ver la nueva de ‘Star Wars’ porque tenía ganas de ver triunfar a nuestro actor y emocionarme como loca. En realidad la película se llama “Rogue One”, pero cuando alguien me pregunta ¿qué viste? Se me hace más fácil contestar ‘la nueva de Star Wars’ que ‘Rogue One’, aunque los expertos aleguen que no es ‘nueva’ sino una película ‘vieja’ de la saga (porque es anterior las que ya vimos y no sé qué. ¡Ay ya! Qué complicados son).
Total que hace años que no me emocionaba tanto. ¡Neta! Llámenme cursi pero quería llorar desde la entrada al cine. Imaginen la alegría de llegar y ver en todos los posters la cara de nuestro compatriota, sobre todo cuando estás en otro país. Digo, no crean que estaba en China o en Eslovaquia, pero en Arizona se me acrecentó el orgullo, sobre todo por estar muy cerca de los francotiradores que se divierten matando mexicanos.
Era ver el poster gigante de Diego y pensar “¡a ver putitos! ¿No que no?”. Además quería que Diego -con su pistola galáctica- se saliera de la pantalla y matara a todos los fans de Trump (jajajaja, sí, la emoción me nubla la razón).
Me volví loca comprando el refresco grande conmemorativo con la cara de Diego, la cubeta de palomitas de Diego y el mega hot-dog de Diego.
Y bueno, ya cuando empezó el tema de Star Wars, y apareció Diego en acción yo era un mar de lágrimas. Perdón, pero las hormonas me ponen sentimental y verlo ahí como los grandes (en 3D –para que amarrara) fue un gran orgullo. Al final, cuando terminó la peli algunos aplaudieron y yo los volteaba a ver con cara de “¡yo lo conozco, es casi mi sobrino!”. Obvio no. Pero me cae perfecto y le tengo gran cariño porque en algún tiempo fuimos compañeros de toros, y luego compartimos el amor a Javier Bardem y a un amigo cineasta que tenemos.
Saliendo de ahí, fuimos de shopping y la cara de ¡Diegoooo! estaba en todas partes: en los juguetes, en las revistas, en las hamburguesas, en las librerías, en las toallas, en los termos. Y yo, claro, le tomaba foto a todos los objetos como la japonesa loca que soy.
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