miércoles, 28 de agosto de 2019

Aprende a confrontar las situaciones que no te gustan

Mucha gente cree que confrontar es estar todo el tiempo buscándole seis pies al gato y echarle bronca hasta al perro que va pasando, pero en realidad se trata de poner sobre la mesa las situaciones que nos hacen mal para poder hacerles frente. Si las evadimos, traicionamos nuestro sentir y pensar, y la supuesta paz que intentamos mantener no diciéndolas se revierte contra nosotros y nos causa malestares emocionales -como ansiedad o resentimiento-, deterioro en nuestras relaciones familiares, laborales y sociales, y hasta achaques físicos. No tener los huevos de expresar lo que sentimos, pedir lo que necesitamos, poner un alto a lo que nos perjudica y honrar lo que valoramos nos lleva a una calidad de vida mediocre.

Entendamos algo: los problemas son parte de nuestra vida y los abusos y maltratos están a la orden del día, por eso pretender que no tenemos broncas es imposible. Aprender a confrontar y desarrollar estrategias eficaces y constructivas no solo nos hará sentir mejor, también nos ayudará a funcionar de manera oportuna ante cualquier situación que se nos presente y a aumentar nuestra autoestima.

¿Por qué nos cuesta tanto trabajo confrontar?
Sería obvio y simplista decir “pos para evitar conflictos”, porque todos sabemos que debajo de esa respuesta se esconden otras causas. Entender esas causas es el primer paso para comenzar a trabajar en la solución.

Desconocimiento del lenguaje emocional. Los sentimientos y las emociones tienen su propio lenguaje y muchas veces no entendemos lo que nos pasa ni sabemos cómo expresarlo.

Miedo a que nos dejen de querer. Pensamos que al hacerlo pondremos en riesgo el cariño de la gente que queremos.

Temor a ofender al otro. La confrontación perturba al otro, pero no necesariamente lo lastima o enoja (aunque pueden pasar las dos cosas). Sobreprotegerlo es considerarlo incompetente ante la verdad y es una falta de respeto que puede crear confusión, desprecio y desgaste en la relación.

Dejar de pertenecer a un grupo. El miedo a pensar, sentir o ser diferentes nos lleva a negar o invisibilizar videos o valores para que no nos rechacen o expulsen de un círculo, por eso preferimos callarnos.

Perder comodidad. El confort adormece la conciencia y nos hace minimizar o aceptar situaciones que no nos gustan con tal de no incomodarnos. #másvalemaloporconocido

Miedo a fracasar o ser humillado. Equivocarse es parte inevitable de los aprendizajes de la vida, necesitamos fracasar una y otra vez para conseguir -y apreciar- lo que queremos.

Sentimos que es una batalla perdida. No podemos negar que existen situaciones de poder que nos ponen en desventaja y, por tanto, ante riesgos físicos y emocionales graves.

Creencias erróneas sobre el autocuidado. Nos han enseñado a priorizar las necesidades de los demás  antes que las nuestras y nos han hecho creer que el amor hacia nosotros mismos es egoísmo. Cuidar de nosotros mismos es el principio básico para confrontar.

Poner en jaque nuestra “identidad”. A través de las experiencias construimos una idea de quiénes somos y de cómo funciona el mundo. Cuando confrontamos, validamos lo que nos pasa, pero también cuestionamos quiénes somos. Confrontar nos hace madurar y actualizar nuestro autoconcepto.

Baja autoestima. Si no valoramos nuestras propias opiniones y necesidades, anteponemos las de los otros y no confrontamos. Toleramos para no tener que desdoblarnos y reconocer las habilidades que nos permitirían poner límites y descubrir las que no tenemos.

¿CUÁL ES EL CAMINO?

Cuando por fin nos decidimos a confrontar a alguien, liberamos mucha energía emocional estancada que puede irse por tres caminos distintos: hacia la asertividad, la pasividad o la agresividad. En cada una de estas respuestas, la persona actúa de forma distinta.

TRABÁJALE

Tenemos limites en cuanto a la cantidad de malestar y frustración que podemos aguantar, y aunque no siempre podemos ni debemos decir todo lo que pensamos, la mayoría de las veces, esconder nuestros sentimientos y pensamientos es perjudicial, porque luego los “escupimos” de forma inadecuada.

La asertividad es la capacidad de expresar los pensamientos, sentimientos y creencias personales con el fin de hacer valer los propios derechos de manera directa, abierta, clara, congruente y apropiada, sin violentar los derechos de los demás. Nos ayuda a comprender y mejorar nuestras relaciones sociales y nuestra situación personal.

Evidentemente, no es tan fácil decir lo que pensamos y sentimos sin lastimar al otro o sin ser agresivos; ser asertivo no es cualquier cosa. Esto te puede ayudar:

  • Detecta tu malestar. Antes de lanzarte a actuar sin ton ni son, permítete sentir de qué va tu frustración o sensación de fracaso. ¿Qué es lo que realmente te perturba? ¿Tiene que ver con el otro o contigo?
  • Reconoce tus recursos. Haz una lista de tus competencias y de lo que tienes que trabajar. El autoconocimiento y aceptación te van a ayudar a detectar lo que quieres y necesitas, solo así puedes decirlo y conseguirlo.
  • Distingue lo que vale la pena de confrontar y lo que puedes dejar pasar. No todo debe ser una batalla. Si cualquier cosa te perturba y con mucha frecuencia, checa tu irritabilidad e intolerancia, puede que la bronca seas tú.
  • Ten siempre un plan de acción. Si bien en algunas ocasiones tienes que responder de forma inmediata, trata de buscar el espacio para tener una conversación asertiva y ten claros tus objetivos para que no te desvíes.


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