Hay un pueblitito en la India donde la máxima atracción es un templo con todas las posiciones del Kamasutra talladas (nunca mejor dicho) a mano. Se llama Khajuraho y es una maravilla.
Pues ahí estaba yo, en pleno aprendizaje sexual hinduista, cuando se acercó un chavo lugareño de 12 o 13 años –como los que salen en las películas de la India, siempre corriendo junto a las vías del tren- y me preguntó de dónde era. Cuando le dije “México”, le brillaron los ojos y gritó feliz: “¡Salma Hayek! ¡Acapulco!”. Era lo único que conocía de nuestro país. Claro, yo le grité de regreso “¡Gandhi! ¡Taj-Mahal!”. Por supuesto me emocioné, porque a veces soy cursi, porque cuando estás lejos te pones extra sensible y más patriota, y porque Salma me cae perfecto.
Aunque con algunos asegunes, la admiro mucho por inteligente, poderosa y guapa, y me encanta que la conozcan hasta los chinos.
En eso pensaba porque hoy vuelve a México –vive entre Londres, París y Los Angeles- para presentar con Eugenio Derbez “Cómo ser un latin lover”, la película que hicieron juntos. Según Eugenio, es la mejor actuación de Salma en toda su carrera, así que iré a la premier estilo Hollywood -en la parte fea del centro histórico- y aprovecharé las bondades del teatro Metropolitan. Es que aparte de bonito y cómodo, en el teatro son súper compresivos y te permiten entrar a la sala con todas las bebidas y botanas que quieras (eso es un ‘plus’ incuestionable).
La primera vez que entrevisté a Salma Hayek era la joven promesa de la televisión (ella, no yo jajaja) gracias a “Teresa”. Yo era la flamante coordinadora editorial de la revista “Eres” y esa mañana teníamos la sesión fotógrafica para una portada con Guillermo Capetillo. Ahora, a la distancia, creo que la pareja era horrible ¿por qué se nos ocurrió?
El caso es que me impresionó la cara de Salma. Tenía súper cara, cinturita y una melena negra espectacular, en la época en que todas las protagonistas querían ser rubias (y a todas les pintaban el pelo). Pues pelazo.
Pancho Gilardi, el fotógrafo, tomó un par de pruebas en Polaroid pero había algo que no le gustaba. Les juro que solo me descuidé un segundo –¡uno! en lo que saludé a Capetillo- y ¡madres! El pelo negro espectacular, único, azabache, envidiable de Salma estaba tirado en el piso. Ella lloraba con el pelo chino, grifo, rarísimo, tuzado a la altura de las orejas ¡como Rarotonga! (o como Selena antes de triunfar -y de morirse, obvio-).
Le pregunté qué había pasado pero estaba en shock (o ponle en un mar de lágrimas), así que fui con el fotógrafo que contestó tranquilazo “pensé que necesitaba un cambio de look, era mucho pelo ¡y se lo corté!”.
Dios mío, pobre Salma. Quedó terrible.
No supimos si tirar la cabellera a la basura o qué, así que lo metimos en una bolsa y creo que la Hayek se lo llevó. Yo era tan joven y con tan poca visión para los negocios, que no lo guardé. Por favor, no me juzguen, nunca imaginé que sería Caballero de la Legión de Honor de Francia, ni que pasaría a la historia por ser nominada como Mejor Actriz al Oscar por “Frida”. Digo, a lo mejor algún loco fanático pagaría por sus mechas en E-bay o podría venderlas como fuente de ADN (creo que se necesita la raíz, pero no importa).
Al final, se hizo un chongo estirado, estirado y salió fantástica en las fotos. Esa es la Hayek: nunca se detiene. Y es el máximo ejemplo de un tema que a muchos les quita el sueño y que podríamos llamar “Triunfaré en Hollywood”. Ahora le toca regresar y hacer algo grande acá. No sé, se me ocurre.
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