miércoles, 10 de mayo de 2017

El Factor Figueroa: Mi ligereza

Tal vez crean que tengo poca vida interior, ponle espiritual. No simplemente lo crean ¡pueden estar seguros! No soy nada profunda.

Y lo confirmo porque llevo días siguiendo la pista de los dos casos más frívolos de la historia: el anillo de Cristian Castro y el vómito de Alejandro Fernández (Dios mío ¿lo vieron?).

Todo empezó el sábado en la madrugada cuando mi ‘Whats’ se llenó de vibraciones. Por supuesto, no eran cósmicas ni celestiales, eran alertas de mensajes, fotos y videos del ‘gallito feliz’. Mi amiga Mónica estaba en el palenque de Mexicali, cuando de repente Cristian dejó de cantar, dio un sentido discurso amoroso y le propuso matrimonio a su novia. Novia a la cual desconocíamos.

Claro, mi amiga pensó que yo tendría la ‘exclusiva’ antes que nadie y mandó todos los detalles. Fue buenísimo, lo malo es que mientras ella reaccionaba veloz y el romántico hombre se arrodillaba cual príncipe de cuento ante su amada, yo dormía plena –y perdida- de Rivotril. Ya lo dijo John Lennon: “La vida es eso que sucede mientras haces otras cosas”.

Cristian con el anillo, el Potrillo vomitando, yo dormida. Eso sí, soñando cosas preciosas y que no puedo contar aquí. Solo en secreto de confesión. Y ni ahí, porque ahora en mi iglesia modernizaron el confesionario y en lugar de ocultarte tras la ventanita, te sientas frente al padre y sueltas tus pecados. No estoy de acuerdo porque me intimido. Creo que un día de estos le voy a escribir –otra vez- al Papa Francisco.

Pero, volviendo a Cristian, lo han criticado mucho por mezclar sus asuntos personales en pleno concierto pero yo estoy encantada con la historia de amor. Él, un cantante fanático confeso del sexo anal y ella, una elegante volinista barroca, radicada en Italia.

Por cierto, cuentan que mientras Carol Victoria (así se llama la futura señora ‘de Castro’) estudiaba a Brahms, el cantante daba cátedra de besos en el aeropuerto de Lima, con una modelo peruana llamada Evelyn hace cuatro semanas. A veces la vida y los kilómetros juegan a tu favor.

Y si pasamos a los suegros la cosa está más divertida. Los padres de Cristian –como sabrán- son Verónica Castro y el mismísimo Manuel “El Loco” Valdés, que ya lo han visto todo. Pero el papá de Carol es un señor con una chamba increíble: es el organista titular –oficial, único autorizado, etc.- del  órgano monumental más grande de América Latina que está en el Auditorio Nacional. Es una maravilla, porque tiene más hileras que los teclados de Nacho Cano y ver a don Víctor Urbán en acción es un espectáculo. ¿Han escuchado la música sacra en órgano? Sí, a ratos suena medio tenebrosa pero es fantástica, un apretar de teclas muy especializado.

Lo más bonito es que Cristian Castro es un hombre que cree en el matrimonio, por alguna razón (que desconozco en su caso). Tal vez, la tercera será la vencida y si no, pues nosotros ya tendremos en el currículum haber asistido a una boda en la Basílica de Guadalupe. Porque, no sé ustedes, yo no me la pierdo. ¿Se imaginan? Cristian entrando del brazo de Verónica y al fondo su suegro ‘tiriri-rararaa-tititi-tuuuuuu-tantantaaan…’

Comparado, claro, lo de Alejandro Fernández ya no es tan interesante. Solo tomó mucho tequila mientras cantaba en el palenque y cuando le dio un trago a otro tequila que le ofreció un señor del público de color rosa -el tequila, no el señor- vomitó (jajajaja). Bueno sí, la anécdota tiene lo suyo.

Aunque creo que tengo que empezar a agarrarme de cosas más trascendentales. No quiero que el fin del mundo me sorprenda y yo con tanta ligereza.



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