Un día, mi editor que solo busca mi bienestar (jajajaja) me regaló el libro de ‘autoayuda’ más famoso del momento, que ha vendido 8 millones en todo el mundo. Así que yo, podrida de la envidia por el éxito ajeno lo leí completito.
Se llama La Magia del Orden y en la solapa dice que cuando lo lea “podré ordenar mi casa para alcanzar paz interior y un nivel de éxito increíble, incluidas las relaciones de pareja”. ¿No es un joya? Arreglas tus cajones y te enamoras. Limpias la cocina y la vida te sonríe. Sacas las cosas del clóset y triunfas.
La autora es Marie Kondo, una experta organizadora japonesa que tiene cara de ‘japonesita inofensiva’ pero tiene la fuerza de un luchador de sumo. La conozco perfecto porque, a raíz del exitazo del libro, Marie ya tiene su propia serie de Netflix (ándale como Luis Miguel) y nos trae a todos locos con la promesa de que si logras acomodar correctamente los objetos y tirar los tiliches que no necesitas ¡te cambiará la vida!
Debo confesar que Marie llegó tarde a mí, porque abandoné mi vida de ‘mujer acumuladora’ hace varios años. Un poco por gusto y otro tanto por la vida errante. Lo que no desechaba, lo perdían los mudanceros y entre una cosa y otra, me volví ‘minimalista’.
Y cuando digo ‘minimalista’ quiero decir que me quedé sin sala, por ejemplo. En la última mudanza, le regalé a un señor la mitad del sillón -ya saben, esos de escuadra- porque era muy grande. Entonces pensé “pongo una parte y una silla que me gusta y una mesita y así”. Claro, ahora cuando llegan más de 3 invitados, me entra la angustia de “¡¿y ahora dónde se van a sentar?!”. Todo sea por mi tranquilidad mental: menos cosas, mayor paz. Y no crean que yo lo inventé, lo ha repetido toda la vida la creadora del método Montessori: el orden externo trae orden interno. O así me lo aprendí yo.
Antes, cuando era una acumuladora, aparte de cosas viejas, compraba cosas nuevas ¡y las guardaba! Sin abrir, con todo y envolturas. Todos esos tesoros los juntaba para la casa en la playa que algún día tendré. Algún día. Mientras tanto, amontonaba todo en una caja de cartón enorme. Hasta que una de mis hermanas -Cruela de Vil- se burló y me dijo “¡Te pareces a Margarita!”. Casi me da un ataque y ese día tiré todo. Cuarto por cuarto.
Margarita era una indigente que deambulaba por la colonia Roma (Cuarón ¿conociste a Margarita?) empujando un carro del súper repleto de triques. La verdad, nos daba miedo porque parecía bruja, fumaba un montón y era de voz aguardentosa. Pero mi mamá que siempre ha sido de buen corazón, permitía amablemente que Margarita se bañara en nuestra casa y desayunara a sus anchas. Nosotros, aterrados.
Volviendo al punto, la señorita Marie insiste e insiste que si quieres suerte, amor y éxito, debes eliminar lastres (claro, en Japón viven en espacios de 4×4 metros y si guardas alguna cosita, te tienes que salir tú ¡qué chiste, qué fácil!).
El fin de semana hice un pequeño ensayo, pero ¿cómo voy a tirar los dibujos que hizo Alex en el kínder? O las miles de fotos que le tomé desde que nació. El apego emocional no me deja ¡soy una mamá, no un monstruo!
Lo que sí mandé al cuerno fueron los premios, papeles, cartas de amor y desamor, del banco y de Hacienda. ¡Ya! Como dijo José José “lo que un día fué, no será”. Mis extensos archivos de Luis Miguel y la realeza están en la pre-basura en espera de que alguna fan venga al rescate.
Los recuerdos, ahora los llevaré en el corazón y la mente. Y si se me borra la mente, pues ni modo. Lo bailado lo traigo adentro.
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