Primero hay que definir qué es la felicidad: es un sentimiento, o una emoción, o un estado de ánimo, o un estado mental, o algo por el estilo. Como sea que la definamos, resulta sumamente difícil negar que, en su nivel más fundamental, es algo producido por nuestros cerebros. Así que ahí lo tienen: la felicidad viene del cerebro.
Pero aunque técnicamente es correcto afirmar que la felicidad viene del cerebro, este no deja de ser un enunciado esencialmente vacío de significado. Porque, según esa lógica, todo viene del cerebro. Todo lo que percibimos, recordamos, pensamos e imaginamos. Y es que pese a sus pocos cientos de gramos de peso, el cerebro humano realiza una cantidad de asombrosa de trabajo y tiene centenares de partes diferentes haciendo miles de cosas distintas a cada segundo. Así que por supuesto que la felicidad viene del cerebro. Pero eso es como que le pregunten a uno dónde está Guanajuato y responder diciendo que “en el Sistema Solar”, es tan correcto como inútil.
Necesitamos saber de dónde viene exactamente la felicidad, qué parte del cerebro la produce, qué región la sustenta, qué área reconoce la presencia de hechos que inducen esa felicidad. Esto es lo que sabemos hasta ahora.
El cerebro, además, tiende a usar neurotransmisores específicos en ciertas áreas para desempeñar determinados papeles y funciones. Y aunque la idea pudiera parecer descabellada, es probable que haya un neurotransmisor, una sustancia química responsable de la producción de la felicidad. Veamos quién podría ser el elegido para darnos felicidad:
1. La dopamina es uno de los candidatos más evidentes. Es un neurotransmisor que desempeña una amplia variedad de funciones, pero una d las más conocidas es la de generar placer y gratificación. La dopamina sustenta toda la actividad del circuito mesolímbico de recompensa en el cerebro: siempre que este detecta que la persona ha hecho algo que él aprueba (beber agua cuando tiene sed, intimar con una persona, etc), recompensa esa acción de un modo característico: haciendo que la persona experimente un breve pero intenso placer desencadenado por la segregación de dopamina. Y el placer causa felicidad.
2. Las endorfinas nos dan una vertiginosa y maravillosamente intensa sensación de calidez que invade todo nuestro ser cuando son liberadas. Ciertas drogas, como la heroína y la morfina, activan los receptores de endorfina en nuestro organismo, de ahí el alarmante número de personas que las consumen. Normalmente, el cerebro libera endorfinas como respuesta al dolor o estrés intenso, para impedir que el cuerpo llegue a niveles hasta de infarto en situaciones como de parto o al correr un maratón. O sea, su función, más que generar placer es evitar el dolor, aunque en bajas concentraciones se dedican también a ayudar a regular el estrés y la motivación, a completar tareas básicas. ¿Pero quién dice que la felicidad consiste únicamente en experimentar placer? Esta también está en la satisfacción, la familia, el bienestar y otras cosas mucho más sencillas.
3. La oxitocina, a menudo se le llama la “hormona del amor”, y a pesar de lo que pudiéramos pensar, los seres humanos somos una especie muy amistosa y necesitamos tener lazos sociales con otras personas para ser felices y la oxitocina parece ser un ingrediente integral de estos lazos. La oxitocina es fundamental para que el cerebro experimente sensaciones como el amor, la intimidad, la confianza, la a mistad y los vínculos afectivos sociales. Y solo los más cínicos se atreverían a decir que todas esas cosas no son cruciales para una felicidad duradera.
4. Ahora nos encontramos con la serotonina, que tiene una gran variedad de funciones como facilitar el sueño, controlar la digestión y regular nuestro estado de ánimo. La serotonina es vital para que nos sintamos “animados”, o sea, felices, es por eso que la teoría más vigente sobre la depresión es que nace de una reducción en los niveles de serotonina. Entonces podríamos concluir que es una sustancia que causa felicidad. Pues no. Nadie sabe bien qué hace que la serotonina en el cerebro aumente, y no porque logremos quién sabe cómo que aumente, quiere decir que ya somos felices.
Recuerda que la felicidad no se almacena en el cerebro como lingotes de oro en un baúl de un tesoro, el cerebro humano jamás ha sido, ni será, así de simple, directo y coherente. Y aunque sí hay cosas que podemos hacer para estimular nuestro cerebro para que nos haga sentir felices -mantenernos activos, hacer ejercicio, tener relaciones duraderas, ponernos metas y cumplirlas, buscar hobbies que nos relajen-, cada una de esas vías tiene sus limitaciones y hasta contraindicaciones.
Buscar la felicidad es un ejercicio difícil, pues el cerebro es un órgano del cuerpo y hay que ejercitarlo y mantenerlo activo, pero es un camino que hay que andar porque a la larga, aunque siempre habrá enemigos, nuestro cerebro sí nos permite ser felices.
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