miércoles, 3 de octubre de 2018

El factor Figueroa: amor y langosta

Gracias a las redes, este fin de semana pude estar ‘casi’ presente en la boda de César Yáñez y Dulce María Silva (le pongo el apellido para que no crean que Don César se casó con la de RBD).

Disfruté tanto que estoy muerta. Es que había tantos invitados, tanta música, tanto político ilusionado (jajaja es que apenas agarraron hueso), tanto diputado, tanto senador, tanto dirigente, tanta seguridad, tanta flora y tanta langosta que terminé agotada.

Desde luego, fue un día muy feliz para los novios porque a pesar de que se llevan tantos años entre sí (yo calculo de 25 a 30), la vida les dió una segunda oportunidad y eso siempre da mucho gusto.

¿Vieron las imágenes de la boda? Ella, súper sonriente y él, medianamente sonriente. Yo creo que el hombre más cercano a Andrés Manuel López Obrador estaba nervioso por el paso que iba a dar (casarse es tremendo) y también porque la ceremonia fue en la Capilla del Rosario en Puebla que por mucho tiempo se ha considerado la “Octava Maravilla del Mundo” y se ve que César pensaba “a ver si los invitados no se roban un pedazo de iglesia y me lo cobran y yo tengo que ser austero por instrucciones de mi jefecito chulo”.

Pues sí, la iglesia es una joya. Literal. Tú entras en la ‘Domus Aurea’ y te dan ganas de llorar de tanto oro y tú sin zapatos. Me imaginé a todos los presentes rezando y decretando, decretando y rezando, “por favor Diosito cúbrenos con tu manto pero, sobre todo, primero que nada, y antes que todo, cúbrenos de riqueza”.

A lo que iba es que me encantan las bodas y me dolió no asistir ‘personalmente’ a esta, porque bailar y comer langosta gratis son mis prioridades-y, según los reportes de inteligencia (o sea, los infiltrados), la comida fue espectacular y ‘langosística’: para empezar cola de langosta con escamoles, ensalada de espárragos y camarones con aderezo de miel y mostaza. Después un típico platillo francés consistente en ‘bisque’ de langosta con una sopa cremosa hecha con los jugos y fragancia de la langosta (¡uf, los jugos propios de la ‘lobster’). Y luego, calculo que los desposados son de buen diente porque hubo filete de res a la bordelesa y postre sorpresa. Sin contar que entre una cosa y otra, había sorbetes de menta fresca o de guanábana para quitarte el sabor ‘langostoso’.

Aquí mi crítica -siempre constructiva y humana- sería para la persona que escogió el menú porque en valor nutricional era una bomba de tiempo, puro sodio. Y nuestro presidente electo, que fue el testigo de honor en el bonito enlace, no puede comer tanta cosa porque lo estamos cuidando de otro infarto. ¡Abusados muchachos!

Lo bueno es que después de cenar se armó la bailadera con Los Angeles Azules y los comensales pudieron sudar colesterol y sodio al ritmo de “sueeeelta, el listón de tu pelo…” y “si besando la cruz estás tú, rezando una oración estás tú, ¿cómo te voy a olvidaaar?, ¿cómo te voy a olvidar?…”

Había tantos hombres de seguridad cuidando al ‘mano derecha’, que si no tenías pareja podías bailar con algún guarura. Ese fue un detalle precioso, aunque con tantos invitados escoltados, más que fiesta parecía redada.

Por cierto, quiero avisarle a los aguafiestas que se fueron a dormir temprano, que más tarde sacaron la ‘artíllería pesada’: molotes, chalupas, tostadas, pambazos, pozole, chanclas, chilaquiles, flautas de camarón, esquites y crepas dulces. ¡Todo eso junto! Qué alegría, hubo más menú que en ‘La Casa de Toño’.

¡Que vivan los novios!



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