Odio tomar decisiones.
Sé que no se puede tener todo y que cuando la vida te pone dos caminos para elegir, tienes que decidir con la cabeza fría y el corazón caliente -o al revés-. Es fácil cuando en el avión te preguntan “¿pollo o pasta?”. O qué prefieres ¿morir congelado o quemado? Pero ésta vez tuve que escoger entre ver a Godzilla o cenar con el futuro presidente de México. ¡Dios, apiádate de ésta columnista!
Primero pensé “¡Godzilla!”. Me imaginé frente a él, gritando como loca. Quería verlo aplastar cosas mientras agita las manitas o que lanzara un fogonazo y nos quemara a todos.
Yo sé que algunos se quejaron de la filmación en el Centro Histórico, pero yo digo que la horripilante criatura logró lo que nadie: unir a los mexicanos. ¿Vieron las imágenes? Empleados, maestros, solteras, casados, policías, soldados, blancos, negros y pueblos indígenas corrían hacia el mismo lado (jajajaja). Perdón, pero eso es precioso.
Cuando supe que filmarían aquí, decidí formar parte del proyecto. No crean que le llamé al productor para ofrecer mis servicios o algo útil y profesional. Sinceramente, soy más básica, solo quería estar de ‘extra’ entre la bola.
El caso es que cuando iba rumbo a la aventura, recordé que tenía una cita para comer delicias japonesas en familia. Y justo cuando me debatía entre un plato gigante de noodles con más tempura que caldo y mi ‘carrera cinematográfica’, mi hermana dijo “estamos en el patio, junto a la mesa de José Antonio Meade”.
Oh, oh, oh. Ahí es cuando tuve que decidir entre mi monstruo verde y el candidato seguro del PRI -según los enterados- o sea, el próximo presidente.
Al poner las cosas sobre la balanza, ganó la ambición (también supuse, lista como soy, que Godzilla sería agregado digitalmente a la película). Así que me senté en el japonés y estiré el cuello lo más que pude para escuchar al secretario de Hacienda.
No me arrepiento porque el restaurante me encanta, es que cuando entras o sales todos los empleados gritan y te dan las gracias -ya ven que vivo de pequeños detalles-. Lo único malo es que junto había una mesa de mujeres escandalosas que no dejaban oír los secretos de estado. Tuve que leerle los labios a Meade que hablaba de Donald Trump con un empresario con rizos tipo Shirley Temple.
Al terminar, los escoltas corrían en la banqueta como si los persiguiera un monstruo y gritaban “¡ahí viene el secretario, ahí viene el secretario!” .
Y yo pensaba “la película y el presidente saldrán en el 2018… ¿quién ganará?”
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