¿Por qué a veces cuesta tanto apegarse a la monogamia?, ¿está en nuestros genes que la cabeza de abajo tome el control?
Somos polígamos por naturaleza
David P. Barash, biólogo evolutivo y profesor de psicología de la Universidad de Washington, dice en su libro Out of Eden: The surprising Consequences of polygamy que una de las evidencias de que lo shumanos somos una especie polígama está en que los hombres maduran sexualmente más tarde que las mujeres y lo hacen hasta el momento en que crecieron lo suficiente para ser físicamente competitivos para luchar por reproducirse (como pasa en la mayoría de las especies que son polígamas, desde leones hasta delfines). Otra similitud con otras especies polígamas es que los hombres, en general, son más grandes que las mujeres.
Los hombres son más suceptibles a los estímulos visuales (por eso a muchos se les va el ojo en la calle)), menos discriminadores a la hora de cooperar con alguien y más inclinados a las relaciones de corto plazo, mientras que las mujeres contemplan también rasgos de personalidad y comportamiento, además de las características físicas del galán en potencia.
Somos monógamos por elección
La monogamia tiene un carácter más social que sexual. Por un lado sirve como especie de “garantía” de que uno es el papá de sus hijos, por otro, crea una estructura biparental que facilita el cuidado de los bebés humanos (los más indefensos de los mamíferos de la naturaleza al nacer) y como mecanismo pacificador en el que todos pueden tener una pareja.
La monogamia también da un espacio de “paz interior” con una pareja estable y que aporta seguridad, protección y cariño, por encima del espíritu aventurero y conquistador.
La conducta de ser infiel requiere tener mayor comprensión de las motivaciones y muchos mejores cuidados para entrar en el mundo de las aventuras.
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