miércoles, 29 de junio de 2016

El Factor Figueroa: Fitness revolucionario

Hay personas que realizan viajes increíbles en el verano: mi hermana y yo fuimos al Monumento a la Revolución. Ya saben, siempre apostando por la cultura a un bajo costo.

Debo confesar que fue idea mía porque quería subir al mirador y tomarme una ‘selfie’ (así de fácil me divierto).

Sé que algunos lectores odian a sus hermanos ¡yo también! Pero tengo tantos que algunos me caen bien, es el caso de mi hermana pequeña con quien comparto aficiones, viajes y muchas risas. Además, es una persona súper brillante que siempre me saca de cualquier apuro del saber o informativo y me quiere a pesar de que yo era su peor pesadilla de niña. Mis padres me decían “cuida a tu hermana pequeña” y yo lo hacía pero bajo mis propios términos malévolos y pedagógicos.

Antes hicimos una escala en “Little Italy”, o sea, en la réplica de la Capilla Sixtina que es fantástica. El productor de la exposición es mi amigo Antonio Berumen que después de lanzar al mundo ideas y hombres como los Magneto, Mercurio o Kairo, decidió volver al mundo del bien y convenció al Papa Francisco para traer a México las copias de los frescos de Miguel Ángel.

Así que después de la bendición del Dios regordete del Juicio Final, fuimos al monumento y ahí empezó el aventura. Todo iba muy bien, porque ahí te enteras de todo: que si los cimientos, que si la doble cúpula, que el rayo que cayó, que si Porfirio Díaz, que si ahí reposan los restos de todos, que si el Art Decó. Hasta que uno de los empleados nos recomendó subir sin elevador, porque era más emocionante e ilustrativo.

De cuando haces ejercicio y te culturizas al mismo tiempo ¡soy tan multitasking!

Y allá voy, lo único malo es que escribo ésta columna con un palito entre los dientes para apretar las teclas porque ¡no me puedo mover! Subimos 65 metros, 305 escalones angostos y le dimos mil vueltas a t-o-d-a la estructura en varias direcciones para ver cada remache y capricho arquitectónico. ¿Por?

Desde luego el recorrido es muy interesante, pero me dio claustrofobia. Me sentí como Stallone en “Daylight” cuando se queda atrapado en el túnel o ¿saben cómo? Igualito a la gorda de “La aventura del Poseidón” que, como avanzaba poco y lento, sus compañeros la abandonan y muere.

No había aire, ningún rayo de luz exterior, ni tanque de oxígeno para los que tenemos nula condición física, y en el grupo iba un negrito –de procedencia desconocida, no sé si de Veracruz, Colombia o Zimbabwe- que todo preguntaba ‘¿por qué Oaxaca? ¿qué significan ésas calaveras? ¿Quién era Plutarco?’. Ay niño, entra al Google.

Empecé a escuchar como en cámara lenta y borroso lo que decía el guía “ahora les voy a tomar una foto con Villa y Zapata, son pocos los privilegiados que conocen éste escondite presidencial, al cual se accedía por un elevador ultra secreto bla, bla, bla…” (como dijo la china ¡ingue su!).

Si me notan menos brillante es que dejé de recibir oxígeno más de 50 minutos y eso siempre te afecta. Pero gracias al fitness revolucionario, tengo los glúteos firmes, sólidos y macizos…“soy una roca, soy una roca, soy una roca…”

Dimos tantas vueltas internas, en plan rehenes, que cuando llegamos a la cúpula no hubo ‘selfie’ porque hacía frío, caía un aguacero y había cambiado el clima. ¿Tardamos 6 meses en llegar y ya es diciembre? ¡Felíz Navidad!



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