miércoles, 28 de junio de 2017

El Factor Figueroa: Japón

Desde muy chiquito, mi hijo quería ir a Japón. Ponle que tardé 17 años en cumplirle el sueño, pero ya fuimos, regresamos y estamos felices. Que rápido pasa la vida ¿no?

Siempre he tenido un look ‘ajaponesado’, así que llegué muy mona a Tokyo y… ¡era la única loca así! (jajajaja). Como cuando fui a la India y nadie traía trapos como los míos (la verdad es que se los copié a Angélica Aragón y a la Chapoy, porque pensé que así era la onda, pero no). Pues llené la maleta con toda la ropa que tengo con ‘cherry blossoms’ (estoy loquita, cada cosa que veo con flores orientales me la ensarto) y allá voy, para salir en las fotos plena de espíritu nipón.

Dios, que bien me cayeron Japón y sus habitantes. Ahí convive perfecto todo, la tecnología de punta, la arquitectura modernísima, los templos de cientos de años, los jardínes más delicados, las luces más cabronas, la elegancia y lo más extraño. Es maravilloso.

Es impresionante por bonito, organizado, loco pero tranquilo, lleno de historia, con personas muy educadas y muchos amantes del porno y el Manga. Yo digo que a lo mejor llegando a sus casa se dan una masturbada de antología, pero en la calle se comportan increíble y eso es precioso, En general, los japoneses son como los imaginaba: listísimos (hasta que se suicidan).

Aunque no sabía lo que me hablaban, les entendía perfecto. Yo, en plan auto-corrector: les cachaba una palabra y completaba el concepto. Eso sí, para responder a algo corto y sencillo como “¿sabes qué hora llegan mis maletas?” se tiran un rollo de 500 palabras.

¡Usan tantas palabras! y miren que se los dice alguien que habla como perico. Por ejemplo, en vez de decir a la mexicana “a las 12 y media”, es como si te contestarán “Sí, a continuación te diré a qué hora llega tu equipaje. Uf, qué útiles son las maletas del mundo. Con mucho gusto. Solo tengo que checarlo y te lo digo para que sepas toda la información. Pero si toda va bien, y nada se retrasa, te puedo comentar feliz que tus maletas estarán aquí en este bonito lugar a las 12.38 de la mañana, cuando el sol esté por todo lo alto”.

Yo, que soy muy romántica para algunos temas, diría que es ‘riqueza de lenguaje’. Sí, al principio los quieres matar, ya luego te iluminas y sabes que debes practicar la paciencia, por eso hay tanto rollo zen en Japón.

¿Saben qué sentí? Que cuando eres extranjera vas de lección y lección. Aprendes a comer mejor, a ser paciente, a no tirar basura (eso ya lo tenía entre mis sabidurías), a trabajar más, a ser puntual, a ser menos acelerado, honesto (perdí mi teléfono en un mercado y cuando me dí cuenta dos horas después, estaba ahí intacto). En todas partes hay paraguas por si te sorprende la lluvia, hacen reverencias para todo, venden limón en frasquito, calzones, sushi y gomas para abrirte el ojo (no saben que locura) en la tienda de la esquina para facilitarte la vida. En fin, la cosa se resume al “buenas tardes, pase usted y gracias por venir”. Con esas tres cositas aplicadas a todo, la vida te cambia.

Algo que me encantó es que los niños pequeños y los viejitos son independientes, andan solitos en el tren y en la vida sin que nadie los moleste. Así que ya pensé que un día de estos que entre de lleno a la tercera edad, me iré a vivir al país del sol naciente para terminar los días como una viejita japonesa dichosa, al fin los ojos se me están rasgando cada día más. ¿Tendré alguna extraña mutación?

Yo, chilanga acelerada y desmecatada de la Condesa (que vive en pleno epicentro de la violencia y el crimen callejero), agradecí muchísimo la tranquilidad y libertad para estar en cualquier lugar a cualquier hora sin peligro. Digo, ya si nos tocaba temblor, tsunami, bronca nuclear o amenaza de bombardeo entre países era otra cosa. Pero el día a día fue una belleza.

Bueno, nada más les digo que también aprendí a bañarme como Dios manda. Sé que suena exagerado, pero nunca me había bañado tan bien y con tanta compañía (5 orientales desnudas). Ahora sí todos mis rincones y huequitos están rechinando de limpios. Ya saben, soy la columnista que hace lo que sea por emocionar a sus lectores.

Poco a poco les contaré lo visto y lo tomado (¡bendito sake!). Nomás me recupero del ‘jet lag’, que está muy perro. Se me descompensó el reloj interno, lo que es el ‘síndrome del huso horario’ y siento que me da el soponcio. Ay odio las leyes de la biología, la química y el cuerpo humano. Menos las que tienen que ver con la reproducción



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