miércoles, 15 de febrero de 2017

El Factor Figueroa: Pobre Melania

Mientras todos festejaban el día de los enamorados, yo pensaba que lo único peor que ser inmigrante ilegal en Estados Unidos es: ser la esposa de Trump.

¡Pobre Melania!

Se ve que Donald –como muchos esposos del mundo- no soporta a su vieja. Entonces la ningunea y la trata fatal. Ustedes celebrando “San Valentín”, dándose besos, cantando y bailando en plan ‘La la Land’ y Melania sin un cariño. Qué feo.

Ya sé, ya sé. Seguro piensan que no es lo mismo sufrir desamor siendo un simple mortal, que ser una malquerida en la Casa Blanca. Tienen razón. Pero está muy rudo ser la Primer Dama más picuda del mundo y, al mismo tiempo, ser la mujer más infeliz sobre la tierra.

Fíjense, Melania tiene un montón de hijastros que la odian, un hijo con problemas, un pasado poco elegante (no la quiero hacer sentir peor, jajajaja), un marido que la alucina y es el hombre más odiado del planeta. Recibe órdenes todo el día, su agenda está repleta de cosas que no quiere hacer, la critican sin piedad y siempre tiene que estar impecablemente arreglada…¡y ni siquiera vive en la White House! ¿Ven? Nosotros estamos a toda madre.

Viéndolo por el lado amable, siempre hay alguien más desafortunado. Y eso hace que, automáticamente, te conviertas en un suertudo.

Por ejemplo, el día que te sientes gorda, se pone junto a ti una mujer con 10 –o 25 kilos más porque Dios existe- y entonces se te ilumina el día. Es una fórmula que funciona para cualquier nivel de ‘desgracia’ personal que te aqueje, ponle de salud, dinero, amor, trabajo, sexo, etc.

Hace unos días, el presidente Donald, con su peluquita al vuelo (qué ansia, siento que le tocas el pelo y se le cae un cacho), llegó a Palm Beach, Florida y se encontró con su esposa en la pista del aeropuerto. No me pregunten porque no llegaron juntos en el avión presidencial porque no lo sé (ahí sí les voy a quedar mal). Pero ella estaba esperándolo muy guapa con un vestidazo rojo al pie de la escalinata. Ándale, como edecán.

Pues el cuate bajó y no la peló. Ni siquiera le dio un ‘beso de esposo’ (de esos ‘desganados’, nomás por no dejar). Oye cabrón, dile “¡Hola mi amor! ¿How are you? O por lo menos suéltale al oído un piropo con sentimiento: “a ésa de rojo…” Nada. Frialdad absoluta.

Digo, eres tan mercenario que aunque sea por desquitar los 2 mil dólares que costó el vestido Givenchy y que salgan bonitas las fotos. Nada.

Melania lo agarró de la mano y él, patán como es, se suelta y se adelanta a saludar a los demás. Para que me entienda, Melania es un cero a la izquierda mientras su hijastra maldita se va a Canadá con Trudeau.

Sentí tan feo viendo las noticias, que me dieron ganas de llamarle a una amiga para que me diera el teléfono del secretario Videgaray, para que a su vez él me pasara el contacto de la ‘first lady’ y ofrecerle mi humilde amistad o presentarle a Alec Baldwin para joder a su marido o algo.

Últimamente estoy convertida en una ‘súper terapeuta de pareja’. Tengo una claridad emocional ajena impresionante. Basta verlos para saber que los Trump no están bien, ya no hay comunicación. Se murió el amor.

Uno mira para acá y el otro para allá, y ésa, queridos lectores, es una señal malísima entre las personas que se aman. Y deja tú el muro, esto me huele a gran separación.

Ahí viene el divorcio, muy pronto. Para que entiendan los lectores extranjeros love is over, there’s no love anymore, divorce.



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