¿Acaso soy el único al que las cosquillas le resultan un artero y gandalla ataque?
A mí me disculpan, pero no disfruto nadita eso de sentir que me desangro por las axilas, y si las cosquillas me las hacen en los pies, no me hago responsable de cómo quede la cara de mi atacante. Mis papás y mi esposo pueden dar fe de lo que digo.
La gargalesis, es el nombre científico de las cosquillas intensas que producen carcajadas incómodas, porque a las cosquillas ligeritas, esas que no que no dan risa, se les denomina knismesis.
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Y si ustedes son de los que piensan que la gargalesis está bien padre porque es andar de risa y risa, están muy equivocados, porque esta “simpática travesura” de la naturaleza es un asunto muy serio que ha cosquilleado las mentes de los más grandes pensadores. Fíjense si no. Haya por el 340 a. C. el gran Aristóteles llegó a la conclusión de que las cosquillas son más intensas cuando las personas son tomadas por sorpresa que cuando las ven venir. Ese Aristóteles era tremendo.
En el siglo XVII, Francis Bacon señaló que aun las personas más apesadumbradas y mal geniudas, se carcajean cuando se les hace cosquillas; aunque Charles Darwin consideró que así no era la cosa, que la risa por cosquillas requería un estado humorísticamente predispuesto de la mente.
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Aunque la explicación evolutiva de la gargalesis es que nuestros antepasados le hacían cosquillas a su descendencia para ayudarlos a practicar cómo reaccionar ante un peligro inesperado. Pero dudo mucho que ante el ataque de un Dientes de Sable, por ejemplo, la mejor defensa fuera zurrase de la risa, entiendo que se zurraran del miedo ¿pero de la risa?
Les decía, investigaciones más recientes, como la que de muy buen modo se aventó la Universidad de Tubinga, Alemania, determinaron que la “risa histérica” provocada por las cosquillas es parte de un elaborado mecanismo de defensa de nuestro cuerpo, ya que al reaccionar de esta manera indicamos sumisión y reconocimiento de derrota. Supongo que eso entendía el Dientes de Sable y por eso se tragaba a nuestros ancestros, aunque se zurraran de la risa.
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Según los científicos de Tubinga, las cosquillas estimulan los receptores táctiles de la piel, los cuales mandan señales a dos regiones cerebrales: la corteza somatosensorial que procesa el tacto (sí, yo también me acabo de enterar que un cacho de mi cerebro se llama así), y la corteza cingulada anterior, que gestiona la información agradable (tampoco sabía que tenía una de esas). Las neuronas de estas áreas desencadenan una respuesta inmediata en forma de risa histérica difícil de controlar y de bruscos movimientos corporales para luchar o huir de la situación, lo cual provoca que muchas veces golpeemos accidentalmente a quién intenta retorcer sus sucios dedos en nuestras inocentes lonjitas.
La investigación también demostró que las cosquillas estimulan las fibras nerviosas que se anticipan al dolor, por lo que muchas veces comenzamos a carcajearnos y sacudirnos con solo escuchar la terrible amenaza de “este dedito te hace reír”. Neta que ganas de arrancarles ese pinche dedo ¿a poco no?
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Existe una teoría que sugiere que durante la etapa prenatal las áreas sensibles ayudan a orientarse al feto para poder hallar posiciones más cómodas. Otros señalan que puede existir una ventaja evolutiva en tener zonas vulnerables, como el cuello, las axilas, las costillas y los pies; pues nos ayudan a proteger mucho más esas áreas del cuerpo.
Pero los animales también sienten cosquillas, una investigación del Centro de Neurociencias de la Universidad Bowling Green de Ohio, reveló que las ratas de laboratorio literalmente chillan de placer cuando se les hace cosquillas y, como los humanos, las utilizan en sus juegos y para establecer vínculos sociales.
Y aunque no lo crean, los caracoles de jardín también son cosquilludos, ya que tienen corazón, riñón, pulmones, estómago y hasta ganglios cerebrales, lo que los coloca en la franja de animales que experimentan sensaciones, como las cosquillas.
Menos sorprendente resulta quizás que tanto los orangutanes como los chimpancés, los gorilas y los bonobós tengan una relación similar a la de los bebés humanos cuando alguien les roza la piel con la intención de hacerles reír, como revelaba un estudio reciente dado a conocer en Current Biology.
Al parecer los únicos que están a salvo de las cosquillas son los “Forever Alones”, porque no tienen a nadie que les ande picando las costillas, y como las autocosquillas no aplican porque el cerebro no percibe ninguna amenaza en que uno se ande cosquilleando, pues no se produce la respuesta de carcajadas y pataleos ¡QUÉ TRISTE DE VERAS!
Termina su columna y les advierte que cuando sea presidente va a prohibir las cosquillas.
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