Me encantan las Olimpiadas. Aunque trato de no verlas, porque me deprimo.
En las ceremonias de inauguración siempre lloro por varias cosas. Para empezar, siento horrible cuando desfilan y hay alguna delegación con solo uno o dos representantes. Pasa Mauritania, por ejemplo, y me convierto en un mar de lágrimas porque “pobres, aquí solitos con su bandera” y después, cuando llegan los alemanes ¡lloro más! “ay qué emoción, son muchos”. ¿Estaré loca?
Además sufro al pensar que los deportistas olímpicos tienen vidas difíciles. A lo mejor les va mejor que a mí (ja ja ja) pero me hago unas historias tremendas, los imagino sacrificándose toda la vida y luego los descalifican a las primeras de cambio. Desde que vi un documental de los niños chinos entrenando me quedó el trauma.
Entonces rezo para que, atrás del pódium o en los vestidores, los atletas tengan psicólogos, sacerdotes o voluntarios que les ayuden a encauzar la frustración cuando pierden. Sí, creo que necesito ayuda profesional para mis ‘penas olímpicas’.
Debo confesar que lo mío es lo antideportivo. En los Juegos de Londres me emocioné mucho cuando la Reina Isabel se tiró del helicóptero con James Bond, ya luego me entró el agobio en las competencias. Me senté con mi hijo Alex para que me explicara: que si los 200 metros de natación, que si el tiro con arco, que si los clavados y la sincronía, que si los mexicanos eran buenísimos.
Aunque yo desviaba las conversaciones y mejor discutíamos de la novia de Michael Phelps. Oigan, en su momento era un tema importante, es que pensábamos que la ex mesera de Los Ángeles -Megan Rosee- acabaría con las facultades, el dinero y las piernas del nadador estrella. Luego tuvo una pareja ‘intersexual’, terminó casado con Nicole Johnson y tienen un hijito.
Ahora Phelps nos trae con el pendiente por las marcas en el cuerpo, producto de una terapia con ventosas calientes (qué exótico sonó eso). Gracias a él, se habla todo el día del ‘cupping’, aunque hay controversia con el invento: ¿es una terapia de la antigua china o las creadoras son las abuelitas mexicanas?
No crean que no valoro el espíritu olímpico y todas esas cosas, pero siempre he pensado que estos eventos mundiales también fomentan el odio entre países y entre personas. ¿Han visto las miradas entre medallistas? Pa’ su mecha. Siempre me pongo nerviosa cuando oigo comentarios furiosos como “¡malditos rusos!” o “¡los gringos siempre se llevan todo!” y la peor “¡los mexicanos siempre pierden!”. Bueno y ahora, en plena era de memes, los burlones andan como pez en el agua.
Estaba leyendo como criticaron a la gimnasta Alexa Moreno por ‘gorda’ y me entró el odio.
Les quería contestar y escribir mensajes elegantes como “gorda tu re p#$% madre”. Perdón, pero me identifiqué mucho con ella, no por el peso, sino porque de niña yo también quería ser como Nadia Comanecci. Bueno, yo soñaba con ser la rumana y mi mamá con que me peinara de chongo como Vera Caslavska, la gimnasta checa. ¿Ven? Siempre me distraigo de lo estrictamente deportivo.
Me acuerdo que ponía el disco del “tema de Nadia” y a dar de brincos y maromas, enfundada en un ‘leotardo’ verde. Por favor, no se rían: el de Nadia era blanco, pero yo usaba uno verde que me compraron para salir de duende en una pastorela.
Aunque soy la menos deportista, respeto mucho a los atletas de alto rendimiento. Ni les exijo ni los juzgo porque a veces me canso abrochándome las agujetas o subiendo media escalera. Y ellos, incomprendidos, imponiendo récords (¡quiero llorar!)
Es más, quisiera ir todos los días al Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México a recibir a los perdedores, llevarles flores, darles abrazos y decirles “no importa, no fue tu culpa ¡te invito un gansito!”
Supe que México, concretamente Guadalajara, está entre los candidatos para ser la sede de los Juegos Olímpicos del 2028. Uf, eso quiere decir que tendré 62 años. Estaba a punto de inscribirme a una terapia para tener superada mi depresión irracional olímpica para esas fechas. Pero, ¿saben qué? ¡faltan 12 años! A lo mejor me toca ver los juegos desde una nube. Mejor aprovecho todos esos días en algo más placentero (escribe la columna y se va relamiéndose los bigotes).
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